Por Fernando Dotti.
El tema de la reducción de la jornada laboral cada tanto regresa al debate. En el acto del pasado 1° de mayo, el PTI CNT planteó la reducción de la jornada de ocho a seis horas diarias. El presidente de la central sindical Marcelo Abdala dijo la ley de ocho horas es de 1912 y desde entonces ha cambiado mucho el mundo del trabajo, sobre todo con los cambios tecnológicos y por lo tanto, reducir la jornada laboral, manteniendo la productividad y el mismo salario, es “permitir una vida más plena del trabajador, estar más de su familia, poder ir a buscar a sus hijos a la escuela, desarrollar actividades de capacitación o disfrutar de otras actividades que hacen a la riqueza de la vida”. La reducción de la jornada laboral manteniendo el salario, solo se podrá lograr, en la medida que las tasas de capitalización aumenten. En la medida que pueda existir mayor acumulación de capital (maquinaria de todo tipo, instrumental de calidad, que permita elevar la productividad), la innovación tecnológica permitirá cada vez trabajar menos, ganando más.
Pero lo cierto es que, para que ello suceda, es necesaria la existencia de un marco institucional que permita generar capacidad de ahorro. Es el ahorro, lo que posibilita la inversión en capital y es en definitiva ésta, la que permite la generación de empleo y el aumento de salarios.
El trabajo per se no crea riqueza. En Irlanda y en Cuba por ejemplo, sus respectivos habitantes trabajan, sin embargo, en un país sus trabajadores tienen buenos ingresos y en el otro, la comida es racionada. Es más, es muy probable que los trabajadores cubanos trabajen más horas que los irlandeses, producto de que las tasas de capitalización en Cuba son absolutamente inferiores a las de Irlanda. No es lo mismo trabajar en una máquina última generación en la tarea que sea, que hacerlo con una de primera generación y encima atada con alambres.
Uruguay es un país con una alta presión fiscal, entendiendo por ésta el total de impuesto que recauda el sector público en relación al PBI. Según el informe recogido por el diario El País, denominado “Estadísticas Tributarias en América Latina y el Caribe 2020”, realizado en conjunto por el Centro Interamericano de Administraciones Tributarias (CIAT), la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Centro de Política y Administración Tributaria de la OCDE y el Centro de Desarrollo de la OCDE, Uruguay está 5º en América Latina y el Caribe en presión impositiva por detrás de Cuba (42% del PIB), Barbados (33,1% del PIB), Brasil (33,1% del PIB) y Belice (32,4% del PIB). El país todavía está por delante de Argentina (28,6% del PIB) y con gran diferencia respecto a los tres miembros de la OCDE de la región: Chile (20,7% del PIB) en el puesto 16º, Colombia (19,7% del PIB) en el puesto 18º y México (16,5% del PIB) en el puesto 22º. Si se toma “un período más prolongado, el promedio de América Latina y el Caribe aumentó en 4,7 puntos porcentuales, de 18,2% en 2000 a 22,9% en 2019, mientras que en el mismo período el ratio de impuestos/PIB de Uruguay ha aumentado en 5,8 puntos porcentuales, de 23,2% a 29%. Desde 2000 la presión impositiva más alta de Uruguay «fue 29,2% en 2018» y el guarismo «más bajo fue 23.1% en 2002”, remarca el informe, en este último caso durante la crisis económica. (https://www.elpais.com.uy/negocios/cual-es-la-carga-de-los-impuestos-en-uruguay-y-como-se-compara-con-america-latina). Asimismo, un déficit fiscal determinado no tiene el mismo impacto en un país con riqueza acumulada que en otro más pobre, puesto que las riquezas disponibles no son las mismas.
Debe tenerse presente a la hora del análisis que, quien paga efectivamente el salario de un trabajador, es el mercado, esto es el consumidor, la gente. El empresario es quien otorga el cheque o realiza el depósito en la cuenta del trabajador a principios de mes, pero ese salario, previamente estuvo determinado por la preferencia de la clientela, que eligió gastar su dinero en ese comercio, dinero que luego, es destinado en parte, al pago de salarios.
Si se cuenta con el favor de la elección de la gente, el comercio crecerá, de lo contrario incurrirá en quebrantos. El crecimiento, asociado a las tasas de capitalización existentes, siempre traerá aparejado un aumento en el nivel de los salarios. Nada tiene que ver, la posición económica del empleador, ni su estado de situación patrimonial, ni sus abultados estados de cuenta bancarios. Si las tasas de capitalización son altas, y si se cuenta con el favor de la gente, ese empleador no tendrá más remedio que pagar salarios más altos, so pena de no poder contratar gente para que le trabaje.
De modo tal que, la pretensión de reducción de la jornada laboral manteniendo el salario, que es lo mismo que decir trabajar menos ganando más, en el contexto actual en nuestro país, es un imposible.