por Fernando Doti
La Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y Portland, fue creada por ley Nº 8764 del año 1931. A partir de entonces, el Uruguay estaría “protegido” de las petroleras internacionales, porque desde entonces, el Estado nos cuidaría, teniendo el monopolio de la explotación del petróleo y sus derivados. Pero lo cierto es que la petrolera estatal se transformó en un instrumento de recaudación indirecta de impuestos, a la vez que un trampolín para las carreras de los políticos. Siendo pública y monopólica, la situación de ANCAP ha sido y es el mejor caldo de cultivo para la proliferación de directores ineptos y corruptos. Naturalmente que, de la sumatoria de directores ineptos, monopolio estatal, privilegios especiales para los empleados independientemente de su productividad y eficiencia, gastos astronómicos en fiestas, pagos de publicidades en radios que no existen, la conclusión no puede ser otra que el fracaso. Históricamente la regla ha sido que los cargos de dirección han estado a cargo de políticos sin preparación, y no de funcionarios de carrera, con méritos y aptitudes que aseguren profesionalidad y eficiencia en la gestión. El ejemplo de Nueva Zelanda es claro. A partir de las reformas liberales de mediados de los ochenta, se creó la figura del “gerente público”. Se trata de individuos con formación y que su salario, depende en parte de los resultados obtenidos por su departamento. Los precios de los combustibles están por las nubes. Seguimos subsidiando el costo del boleto del transporte capitalino cada vez que echamos nafta, a la vez que, seguimos cargando el muerto de la capitalización. Sin embargo, seguimos presos de la maldita coyuntura. Ayer, los que era oposición criticaban los aumentos y hoy, quienes los criticaban, los justifican o explican. Nos hemos transformado en una suerte de perros histéricos dando vueltas en círculos, tratando de mordernos el rabo. El problema no es el gobierno anterior, ni éste en la materia (en realidad son parte del problema también, pero por otras razones que exceden esta columna). ¡El problema es el monopolio!
Debemos correr el eje del debate y empezar a darnos cuenta que en este tema, como en otros (el sistema de jubilaciones por ejemplo) estamos siendo saqueados, por la dirigencia política. Uno de los argumentos de los políticos para defender este esperpento de Ancap, es que las empresas públicas tienen un rol social. Debe decirse que, la ANCAP no es una asociación filantrópica. Es una empresa petrolera, y la verdadera responsabilidad social que debería tener es la de ser eficiente y ganar mucho dinero. El mundo va en otro sentido. Nueva Zelanda anunció el pasado mes de agosto el cierre de su refinería Mardsen, dos veces más grande que Ancap y diez veces más eficiente, para pasar a la libre importación desde Asia. En un régimen de libre competencia, ya no se benefician más los capos de la empresa pública, los empresarios que obtienen prebendas y beneficios para asegurarse contratos, o los malos sindicalistas, sino la comunidad toda, los consumidores, quienes podremos elegir libremente a quien comprar el mejor producto que nos ofrezcan, al mejor precio. Las empresas públicas, como cualquier empresa, antes que públicas, son empresas, por lo tanto, la ecuación debe ser siempre la de ganar y no la de hacer carreras políticas. Dice Murray ROTHBARD: “El gobierno no puede hacer más rico al hombre, pero puede hacerlo más pobre”. La vergonzosa capitalización de la ANCAP, lo que hizo fue transferir recursos del sector privado al sector gubernamental, esto es, de un mercado que funciona a uno que no funciona. ¿Ahora bien, todos los monopolios son malos? Cabe una aclaración: no todos los monopolios son malos, sino solo aquellos que son impuestos por ley, esto es por la fuerza, como por ejemplo, ANCAP, AFE y el BSE en la cobertura de accidentes de trabajo. En ese tipo de escenarios, naturalmente que, el consumidor ve cercenada su libertad de elección. Quien goza del monopolio, no tiene ningún estímulo para crecer, mejorar sus productos y hacerlos competitivos, porque precisamente, sea cual sea su esfuerzo, tiene asegurada la demanda, en otros términos, se le permite cazar en el gallinero. Distinta es la situación de quien luego de un proceso dinámico de libre competencia y como consecuencia de haber ofrecido a los consumidores un producto que satisfaga sus necesidades, de buena calidad y a un precio razonable, adquiera para sí por esa vía, el monopolio de la oferta. En ese caso, claramente el monopolio no es nocivo, porque surge de actos libres y voluntarios de los consumidores, quienes, sin imposición alguna, optaron libremente por comprar los productos de esa empresa. Y si logra mantenerlo en el tiempo, no queda más que felicitar a esa suerte de servidor público, en el que se transformó ese empresario. La dinámica del mercado determinará que, si ese empresario se duerme en sus laureles, seguramente, será sustituido por otro quien logrará detectar esa insatisfacción y ofrecerá un producto que logre conmover al público, pasando a posicionarse a la vanguardia en el mercado. De eso se trata la libertad, de poder elegir libremente sin imposiciones. Nadie mejor que nosotros mismos para saber qué es lo que deseamos o necesitamos, nadie peor que un burócrata para decidir por nosotros.
Es hora de cambiar. Es hora de correr el eje del debate y salir de la coyuntura. Es hora de dejar de pelearse a ver qué gobierno subió más los combustibles. Es hora de terminar con el monopolio. Es hora de exigir el respeto por la libertad.