Por Javier de León.
Llegamos a Doha y se nos voló el Mundial, en ocho días, de jueves a Viernes de la semana siguiente. Un Mundial es cruel, no da margen, no da ventaja, no da respiro, casi no da revancha.
Esta Copa para Uruguay no era sencilla. Era un Mundial de transición, y gestionar las transiciones, en cualquier orden de la vida y en cualquier organización es no es fácil.
Una generación entonó la retirada, la de Suárez, Godín, Cavani, Cáceres y Muslera, y otra empezó a tomar el bastón de mando, la de Valverde, Rodrigo Bentancur, Darwin Nuñez, Mathias Olivera.
Quedamos eliminados en primera fase, y el facilismo puede llevarnos a tirar toda la culpa sobre Alonso, si se está en una vertiente, o sobre los arbitrajes, si se corre por otra banda. En realidad, una verdad no tapa la otra, y ambas contienen su verdad.
El entrenador cometió errores y su condena nace en primera instancia por el nivel de expectativas con las que se llegó a Qatar y con un no cumplimiento de un discurso que proclamó un juego con protagonismo y en la cancha en los dos primeros partidos resulto a la retranca.
Las expectativas para esta Copa fueron demasiado altas. En primer lugar por las circunstancias, tres muy buenas actuaciones en 2010-2014-2018, y como complemento, las palabras del técnico solo sirvieron para alimentar más esperanzas. Pero la crítica más agria fue por la postura del equipo. Uruguay salió más preocupado por cuidarse ante Corea del Sur en el debut, que en agredirlo futbolísticamente. La presencia de Godín en el fondo, quién respondió con clase, determino que el equipo se replegara sobre el fondo, porque los desplazamientos del capitán, con menos metros recorridos, fueran claramente menores que en el pasado.
El otro gran error fue la concepción de Alonso sobre Giorgian De Arrascaeta. No lo considero en el inicio, porque el entrenador tenía el concepto que en un Mundial básicamente físico las características de Giorgian no encajaban. Y un jugador como el 10 de Flamengo, de fútbol distinto, era indispensable en este equipo de Uruguay. Recién en el tercer Partido fue titular, y decisivo. Llama la atención que pocas voces se levanten contra los jugadores, y todo se concentre en Diego Alonso, que tiene sus culpas, pero no al 100 por ciento.
El primer Mundial cobró su cuenta, por ejemplo a Federico Valverde y Darwin Nuñez, quienes no ejercieron el protagonismo necesario. Nadie pretende condenarlos, tendrán otros Mundiales por delante, pero en este fallaron en la cita. La otra mitad de la verdad fueron errores arbitrales. En una serie en la cual Uruguay y Corea igualaron puntos y saldo de goles, y solo la cantidad de goles marcados por los coreanos marcaron el desequilibrio, cualquier detalle era clave. Y los detalles fueron demasiado grandes. El penal señalado a Josema Giménez en los descuentos ante Portugal, está claro que fue mal sancionado. Y ante Ghana, si era penal el de Rochet a los africanos, también lo era la caída de Darwin Nuñez y la de Cavani.
Ahora es tiempo de pensar con tranquilidad y mucha inteligencia. No podemos Volver a los tiempos pre- Tabarez. No podemos volver a los 90, en los cuáles las críticas despiadadas casi destruyeron una generación. No podemos destruir todo, y obligarnos siempre a empezar de cero.
La renovación de Diego Alonso es una opción, que debe ser analizada con suma precisión. Ahora estamos en un stand-bye, mientras decantan las aguas. En el 2023 comenzarán las Eliminatorias para el Mundial 2026 y una cosa está clara: el entrenador que inicie el año siguiente con el buzo de entrenador de la celeste tiene que llegar con espalda muy ancha.
Una Eliminatoria suele ser una sucesión de victorias y derrotas. Y la clave para clasificar es estar firmes, Fuertes, y tras cualquier derrota, recuperarse rápidamente y ganar el partido siguiente. Por ahí está el camino.