Por Javier De León .
El intercambio de camisetas entre Luis Suárez y Walter Gargano al finalizar el primer tiempo del clásico jugado en el Gran Parque Central sigue siendo tema de comentario, y no eludiremos nuestra opinión en nuestra columna habitual.
La sana intención de los jugadores fue enviar un mensaje contra la violencia, sumada a la foto que registraron en conjunto antes del partido. Sana intención, es cierto.
Walter Gargano, como capitán de Peñarol, fue duramente criticado por la dirigencia de su club, en una de las raras unanimidades que han existido en el Consejo Directivo aurinegro en los últimos tiempos. Entre otros aspectos, porque Gargano llegó al vestuario en el entretiempo, un par de minutos después del gol de apertura de Laborda para los tricolores, con una casaca del tradicional rival en sus manos.
Desde Nacional, no hubo comentarios sobre la acción de Suárez.
Primer apunte, para evitar la demagogia: a Suárez no se le dijo una palabra, primero porque es Suárez y tiene infinita espalda, y segundo y fundamental, porque Nacional ganó con golazo de Suárez. Si el escenario hubiera sido el inverso, a esta hora me gustaría saber cuántas cosas se estarían diciendo.
Segundo apunte, también para ser claros. Entendiendo la sana intención de los futbolistas, generaron una acción inconveniente, en mi opinión.
El fútbol está repleto de simbolismos, que hacen a la esencia de una actividad, dónde el hilo invisible entre el jugador y la tribuna, son la base de su popularidad y permanencia durante siglo y medio.
¿Por qué razón millones de personas se interesarían, seguirían, pagarían y se conmoverían, por lo que hacen once tipos de un lado, y otros once del otro, al correr atrás de una pelota con la intención de introducirla en el trampero adversario?
Lo hacen porque les importa lo que ocurre, porque están involucrados afectivamente en un partido de fútbol, porque se han cargado de simbolismos durante su vida que hacen a su propio ser.
Una camiseta, una bandera, son símbolos muy fuertes para el hincha de fútbol. Son los que le dan sentido de pertenencia y explican su adhesión a una institución.
No son detalles menores, y no entender toda esa simbología en el fútbol, es no entender el fútbol mismo, y fundamentalmente al hincha. Al verdadero hincha.
El combate a la violencia pasa por otro lado. Los energúmenos que generan violencia sistemática en las tribunas y fuera de los Estadios, actuarían exactamente igual, con cambio de camisetas o sin ella, o con un abrazo del presidente de Nacional y Peñarol en la mitad de la cancha o sin él.
Esas minorías están compuestas básicamente de delincuentes, y poco les importan los sanos mensajes que dos referentes como Suárez y Gargano quieran transmitir.
Esas minorías deben ser combatidas y alejadas de las canchas por quién corresponde, el cuerpo de la Policía Nacional, con el apoyo y asesoramiento de los dirigentes de fútbol.
Pero a no confundir. Una cosa es el combate a la violencia, y otra, bien alejada, la inconveniencia de pegarle a los simbolismos que hacen a la esencia del fútbol.