Por Fernando Doti.
El 5 de junio de 2023, se cumplen 300 años del nacimiento de Adam SMITH. Rescatar su nombre y su obra resulta fundamental para que la praxis económica de nuestros países retome el rumbo, que se perdió definitivamente en el siglo XX, y que se mantiene hasta nuestros días.
Adam SMITH nació en un pequeño poblado en la costa oriental de Escocia, el 5 de junio de 1723. Su padre murió unos meses antes que naciera. A los 14 años ingresó a la universidad de Glasgow conocida por la excelencia de su enseñanza, estudiando filosofía moral, de donde nació su amor por la Libertad.
Su brillantez intelectual le fue rápidamente reconocida. Su primer obra fue la “Teoría de los sentimientos morales” en 1759, obra que tanto impresionó al padrastro del duque de Buccleuch, que contrató a SMITH para dar clases al niño y acompañarlo en su viaje educativo por Europa. La contratación fue a sueldo y de por vida.
Su obra máxima fue “La riqueza de las naciones” publicada en 1776, obra que le llevó más de diez años. Siguiendo a BUTLER, Adam SMITH fue para la economía lo que Newton a la física y Darwin a la Biología.
Fue un crítico de las prácticas que prevalecían en su tiempo, del sistema mercantilista, que calificaba la riqueza de una nación por el tamaño y cantidad de sus riquezas en oro. Smith afirmaba que la riqueza iba más allá de las reservas de oro y sus recursos naturales, y se debía medir por los bienes y servicios reales que ponía a disposición de toda la nación. Debía liberarse a los individuos de regulaciones, lo que permitiría la división del trabajo y la acumulación de capital. Serían entonces los incentivos, la clave de la riqueza de las naciones.
Fue revolucionario para la época, al contrario de lo que se pensaba, que los países debían protegerse de sus vecinos, SMITH sostuvo que el comercio entre las naciones mejoraba siempre y en toda circunstancia la situación de ambas partes. Dejó en evidencia que el intervencionismo de los gobiernos provoca pobreza. Identificó el concepto de producto bruto interno, así como la especialización y división del trabajo y el aumento de las ganancias a partir de ello.
Sostenía al respecto nuestro homenajeado que “…la chamarra de lana, por ejemplo, que lleva el jornalero, es producto de la labor conjunta de muchísimos operarios. El pastor, el que clasifica la lana, el cardador, el amanuense, el tintorero, el hilandero, el tejedor, el batanero, el sastre y otros muchos, tuvieron que conjugar sus diferentes oficios para completar una producción tan vulgar”. Refiere entonces a la colaboración de miles de personas, quienes, persiguiendo su propio interés, coadyuvan (la mayoría de las veces sin siquiera proponiéndoselo) al bienestar general.
En cuanto a los beneficios mutuos del intercambio, no solo entre países, sino dentro de ellos también, SMITH refiere a la importancia de los acuerdos libres, en donde cada individuo actúa movido por su propio interés. En este sentido, es conocido el siguiente pasaje de “La Riqueza de las Naciones”: “No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que esperamos nuestra cena, sino de su relación con su propio interés. Nos dirigimos a nosotros mismos, no a su humanidad sino a su amor propio, y nunca les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas”. (Libro I, Capítulo I).
En la época de Smith existía una idea mercantilista de que la riqueza consistía solo en la acumulación de dinero. El dinero era considerado como riqueza en sí misma, de modo que, en una compra venta, imperaba la idea de que solo se beneficiaba el vendedor, lo cual es un gran error. Smith demostró que los beneficios del intercambio son mutuos. Ambas partes obtienen lo que necesitan. El comprador, el producto que buscaba, el cual valora más que el dinero que tiene en su poder, y el vendedor, obtiene el dinero que constituye la herramienta para adquirir otros bienes con los cuales satisfacer sus necesidades.
También refirió a la intervención de la política en los salarios y lo contraproducente que ello resulta para la población en general. “Un mercado competitivo en el que los clientes son soberanos es una forma más segura para regular su comportamiento que cualquier número de reglas oficiales que tan a menudo producen lo opuesto de su intención declarada”. (Libro, capitulo X, parte II).
Refirió también a la importancia de la acumulación de capital, como forma previa de la inversión, afirmando que, “la acumulación de capital por tanto, impulsa el crecimiento económico. Es un círculo virtuoso: el crecimiento del capital promueve la especialización, lo que crea excedentes aún mayores y éstos a su vez pueden ser reinvertidos en nuevo equipamiento, que provoca aun mayor especialización y crecimiento posible” (Libro II. Introducción).
Introdujo el concepto de trabajo productivo e improductivo, y cómo éste último, constituye un impedimento al desarrollo, en la medida que impide la liberación de recursos materiales para destinarlos en otras áreas que satisfagan más eficientemente las necesidades. Dice SMITH: “Cualquiera se enriquece empleando muchos obreros en las manufacturas, y en cambio, se empobrece manteniendo un gran número de criados”.
Sostenía SMITH que el progreso económico se deriva únicamente de los países que producen un excedente al que luego pueden intercambiar con los demás. Los países están en mejor situación si no tratan de permanecer autosuficientes y levantan barreras comerciales contra otros. Sostenía que “En cualquier caso, no podemos prosperar tratando de empobrecer a nuestros vecinos. Una nación es más probable que se enriquezca con el comercio si sus vecinos también son ricos, trabajadores, comerciantes, que si son pobres”. Estos conceptos elementales y probados por la evidencia, sin embargo han sido y son sistemáticamente desconocidos por nuestros países. Mientras que hace más de dos siglos SMITH demostraba la existencia de un camino a la prosperidad de las naciones, por estas latitudes mucho más acá en el tiempo experimentábamos con el esperpento de la sustitución de importaciones, la protección de la industria nacional, el “vivir con lo nuestro” y los monopolios estatales.
De igual modo, ya en 1776 advertía sobre la inconveniencia de los subsidios, puesto que “si los comerciantes no recibieran la subvención, emplearían su capital en otras industrias más rentables. Los subsidios de cualquier tipo simplemente llevan al comercio del país en una dirección diferente, menos ventajosa. Las subvenciones son una doble imposición sobre el público: la gente tiene que pagar impuestos para financiar el subsidio y posteriormente tiene que pagar más de lo necesario por una mercancía que se podía comprar más barato de otro proveedor”.
La misma advertencia respecto de los controles de precios, los cuales tienen como destino fatal la escasez y la hambruna. “Las malas cosechas no se pueden evitar: pero la mejor manera de atenuarlas es mantener la libertad ilimitada y sin restricciones de los agricultores y comerciantes”.
Su legado, está más vigente que nunca. La vigencia del mismo se da de bruces con la actualidad, donde predominan ideas empobrecedoras. Es entonces un imperativo para cada uno de los liberales, contribuir a la difusión de su ideario, lo cual significa alzar la bandera de la Libertad.