Por Javier de León
¿Juega estéticamente mejor al fútbol?
Seguramente no.
¿Es más vistoso, sus partidos son más elegantes?
Tampoco.
Pero el Nacional de Alvaro Gutiérrez cambió desde la asunción del nuevo entrenador y la salida del argentino Zielinski.
Si hay que definirlo, ese es el término que surge de la sensación térmica en la tribuna: tiene otro aire.
¿Le alcanzará para ser Campeón Uruguayo? Difícil pronosticarlo a meses del fin del año. Seguramente precisará también mejorar en lo futbolístico, pero ya logró el primer paso: tranquilidad y ganar tres partidos seguidos, la goleada ante Fénix y dos en la hora, con Independiente Medellín por la Libertadores y Wanderers, el lunes en el Parque Viera.
Gutiérrez le empezó a cambiar la energía, que era puro nubarrón con Zielinski. No toda la responsabilidad fue del entrenador argentino, porque la realidad es que no disfrutó ni de una semana de “luna de miel”. Desde su llegada a Los Céspedes recibió críticas contínuas, algunas justificadas y otras ya de antemano, por las dudas nomás.
Entonces, con esa nube negra sobre la cabeza, Nacional no tenía futuro.
Alvaro Gutiérrez, pese a la derrota en el clásico, empezó a enderezar el rumbo.
Volvió a encontrar seguridad en Rochet, afirmó al argentino Noguera en la zaga central, Diego Polenta es un buen complemento y además logró el gol agónico del triunfo ante Wanderers, Cándido tuvo una leve mejoría, el Torito Rodriguez en el medio creció, Diego Zabala se ha potenciado, sentó a Fagundez dos partidos en el banco de suplentes y en su regreso, fue clave en el gol ante los bohemios.
También encontró el gol Juan Ignacio Ramírez.
En síntesis, sin ser portentoso, la media del plantel de Nacional ha elevado su rendimiento. Además, recuperó por un ratito a Francisco Ginella, aunque ahora deberá estar al margen al menos un par de semanas.
Hay una energía distinta en los tricolores. No es suficiente para ser campeón, porque además seguramente verá la vuelta olímpica de Peñarol en el Apertura y quedará obligado a ganar Clausura o la Anual. Pero empezó a andar. Comenzó a ver un horizonte, que con Zielinski lo tenía totalmente oculto.