Por Javier De León
Para muestra basta un botón. La salida de Messi del Barcelona tuvo más búsquedas en internet que el coronavirus, en el año del coronavirus. Se suele decir que el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes. Yo entraría a dudar si realmente el fútbol está en esa categoría, o se le debe calificar como una actividad de real relevancia para buena parte de la humanidad.
Hablaré de religión, y soy consciente del camino polémico en el que ingresaré. Los seres humanos necesitamos de dioses, algunos etéreos, pero otros terrenales, de esos que podemos ver y una vez en la vida, tocar.
Para Barcelona Messi es D10S. Lo ha sido desde su debut. Con 634 goles oficiales convertidos con la camiseta azulgrana, 10 Ligas ganadas de 15 jugadas, cuatro Champions y otros títulos, ciertamente cambió la historia del Barcelona.
Messi reforzó el orgullo del catalán, que antes de su llegada veía desde lejos la supremacía deportiva del Real Madrid. No sólo hay aspectos deportivos en juego. También se involucra la cultura y la política. Por citar un ejemplo: en los 40 largos años de Franco en España, el catalán estaba prohibido. Messi fue la victoria en el campo, que devolvió el espíritu ganador a los catalanes.
Messi se convirtió en su Dios terrenal, al que podían saborear cada domingo en el Templo, el Camp Nou. Pero Messi es terrenal, humano al fin, con sus virtudes y sus defectos, sus miserias y sus grandezas. No es un símbolo. Es de carne y hueso. Se cansó de perder la Champions, y cada fracaso fue peor que el anterior. Primero en el Olímpico de Roma, luego de haber ganado 4 a 1 en la ida en Barcelona. Luego, el año pasado, la debacle de Anfield. Nada podía ser peor. Pero llegó el 8 a 2 ante el Bayern Munich apenas hace semanas.
Ya no es feliz jugando en Barcelona, ni siente que su espíritu competitivo lo pueda satisfacer el futuro equipo dirigido por Ronald Koeman. Sabe que miles de aficionados culés lo veneran como a su Dios, y por eso quiere irse con el menor conflicto posible. Pero no es una divinidad, por más que los hinchas así lo necesiten. Ni tampoco es eterno. Quizás, una buena manera de dimensionarlo, es reconociendo que aun siendo humano, su zurda y su serpenteo, nos hicieron creer muchos domingos que estábamos en el Paraíso.