Columna de opinión por Fernando Doti –
Recientemente en una publicación de un diario capitalino, se recabó la opinión de algunos dirigentes políticos acerca del fenómeno Milei en la hermana república argentina. Así pues, fueron consultados el ex presidente Sanguinetti, el ministro de trabajo Pablo Mieres, el presidente del partido nacional Pablo Iturralde y el senador por Cabildo Abierto, Guillermo Domenech.
Todos los consultados coincidieron en que la figura de Milei “no ayuda al ejercicio democrático. Y por eso preocupa” (Sanguinetti); que “estos personajes aparecen con un componente de hiperliberalismo, que nosotros no compartimos para nada” (Mieres); “siempre aparecen nuevos iluminados y después en la práctica esas cosas no funcionan” (Iturralde) y que la desmonopolización monetaria implica “una renuncia a la soberanía nacional” (Domenech).
La buena noticia de esto es que felizmente estos personajes se han despegado del liberalismo que pregonamos y defendemos. Que no queden dudas: este gobierno y sus aliados multicolores, NO es liberal, es tan solo una versión edulcorada de las anteriores de los últimos tres mandatos. Pero en esencia hacen lo mismo. Y que también quede claro: el liberalismo les molesta, los incomoda.
Conforme fuera definido hace décadas por el profesor A. Benegas Lynch (h), el liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, reconociendo los derechos inalienables a la vida, libertad y propiedad. Es la filosofía de la limitación al poder. Por eso la incomodidad.
El liberalismo, se basa además en mercados libres de la intervención del estado, la libre competencia, así como la división del trabajo y la cooperación social.
Mercado es la gente y lo de la cooperación social viene en el sentido de que los intercambios libres y voluntarios siempre son ventajosos para las partes contratantes. El libre mercado no es nunca un juego de suma cero.
Debe decirse además que dentro del liberalismo hay distintas corrientes, dentro de las cuales, la mayoría son compatibles con la presencia del Estado, salvo en el caso de los anarcocapitalistas (o como me gusta más definirlos, los simpatizantes del auto gobierno, puesto que, aun es ese orden social, no hay ausencia de normas sino, el basamento en el respeto de los contratos libre y voluntariamente celebrados). De modo que no todo liberal es sinónimo de antisistema como se quiere hacer creer, errónea o maliciosamente.
En nuestro caso, la crítica no es al sistema (de hecho, defendemos el sistema de democracia representativa, como expresión genuina de la voluntad del soberano), sino que la crítica es al statu quo, que no es lo mismo.
Es precisamente ese statu quo, lo que el liberalismo auténtico (del cual el Sr. Milei es un representante más) cuestiona y combate. Porque como sostuviera Lord Acton, el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Obviamente que, a quienes han vivido y viven en exclusividad del aparato político burocrático del Estado y han hecho de éste el lugar a partir del cual expandirse y sostener sus proyectos políticos personales, creando cargos y aparatos que sirvan de premios consuelo y colchón de quienes les juntan votos, obviamente decía, el discurso liberal les inquieta.
No es contra los políticos, no se trata de que “se vayan todos”. No. Se trata de cambiar esta realidad que nos condena a la pobreza, y a su multiplicación. Porque la pobreza termina siendo un negocio. Y a las pruebas me remito: los anteriores gobiernos y el actual también, se han jactado del aumento de los planes sociales (dejo el link para que el lector lo confirme https://www.gub.uy/presidencia/comunicacion/noticias/presidente-lacalle-pou-destaco-fuerte-inversion-social-cumplimiento-planes), cuando debería ser al revés. Ningún médico se jacta de tener lleno el CTI, sino de que quienes ingresaron, hayan salido.
Combatir el statu quo, implica condenar con todas nuestras fuerzas, el déficit fiscal, esto es, el gastar irresponsablemente más dinero del que se cuenta, para endosarle la cuenta a los contribuyentes, mediante impuestos, deuda, o emisión.
Ningún político de los mencionados más arriba, está dispuesto a bajar el gasto, porque ello les implicaría una suerte de auto flagelamiento, de pegarse un tiro en los pies, salir de su zona de confort, de la corrección política. Y, mientras todo esto se mantiene, pasan los gobiernos, pasan los años y los problemas siempre son los mismos y lo que es peor: las “soluciones” a esos problemas también son las mismas, esto es, las viejas recetas estatistas ya conocidas y ya fracasadas. La única lógica que los mueve es la de la ganancia, de llegar al poder y mantenerse en él. Si eso es ser antisistema, pues entonces proclamamos tal condición a los cuatro vientos.
Precisamente hablando de vientos, los que vienen son de cambio, de corrimiento del eje del debate en la discusión pública. Pero, cuidado con seguir personas cual hinchas fanáticos. En la historia abundan malos ejemplos en tal sentido. Se abraza y sigue una idea, puesto que el liberalismo no es una ideología (entendida ésta como un producto cerrado, terminado, en el que no cabe recorrer y explorar otras avenidas del conocimiento y la experiencia). Popper, en “La sociedad abierta y sus enemigos”, ha mostrado el camino de que el liberal tiene una actitud de apertura que le permite rectificar y explorar nuevos horizontes, teniendo como punto de partida y como faro el respeto recíproco, puesto que, como reza la locución latina “nullius in verba”, nunca hay palabra final.