Por Javier de León.
En aquella lluviosa tarde del 2010 en Port Elizabeth, sólo un rato después que Uruguay le ganara a Corea del Sur por los octavos de final del Mundial de Sudáfrica, todo era bullicio en el lobby del hotel celeste frente al Océano Indico.
Con la corrección y los límites que cualquier razonable conducta humana exige, pero sin necesidad de convertir a la concentración en una cuasi cárcel, era posible el diálogo directo con los jugadores, un poco después del partido, en forma natural y amena.
Entonces me crucé con Diego Lugano, el capitán, y nos pusimos a charlar.
Y Diego me regaló el título del artículo que escribí en aquel momento, y que ahora reitero: “Sin dramas ni imposibles”.
Estábamos a las puertas de cuartos de final, el rival sería Ghana y soñábamos con acceder a la semifinal de un Mundial 40 años después.
No podíamos cerrarnos en que la misión sería imposible, porque entonces estaríamos derrotados de antemano.
Pero tampoco sería razonable el drama si la victoria no nos acompañaba, rompiendo todo lo bueno que aquella selección había hecho hasta ese momento en la Copa de Sudáfrica, regresando a un lugar que hacía cuatro décadas no accedía.
Esa era la postura.
Antes de jugar, no hay imposibles.
Después del partido, el análisis sereno debe dar lugar a las conclusiones justas, para no destruir lo que no debe ser destruido.
Ahora, en este presente en Copa Libertadores de los equipos uruguayos, con Peñarol cuarto entre cuatro, y Nacional apenas tercero también entre cuatro, uno escucha en la calle y en los medios de comunicación, reflexiones que sólo miden el mundo entre el blanco y el negro.
Es cierto, hay cambios.
Ni Nacional puede darse el lujo de traer a Sanfilippo, Artime o Manga, ni Peñarol tener a Spencer, Joya, Rocha, Abaddie, el Tito Goncalvez y el Pepe Sacía, y entonces, ante la supremacía económica de otros mercados, fundamentalmente el brasileño, soñar con ganar la Libertadores suena a utopía, y criticar ácidamente a estos planteles que no lo consiguen, una injusticia.
Pero tampoco, inclinar el péndulo hacia el otro extremo, y tomar como natural que ya no se le pueda ganar a paraguayos, peruanos, ecuatorianos, bolivianos, y hasta argentinos de media tabla.
Quizás ahora sean más grandes, pero diferencias económicas también existían hace 30 años. El Peñarol del Maestro Tabárez que ganó la última Libertadores para los aurinegros tuvo a su frente al América de Calí, financiado por los cárteles de drogas, y con premios prometidos a los jugadores por ganar la Copa que eran 10 veces más que los premios que había acordado Peñarol.
Ser cuarto de cuatro, es fracaso. Sin discusión.
Y ser tercero, y no pasar a octavos de final, también es fracaso.
Convengamos que no hay que dramatizar por no ganar la Libertadores, pero tampoco asumir como imposible poder acceder a cuartos de final, quizás en algún momento a alguna semifinal de Libertadores
Si iniciamos la competencia suponiendo que vamos a perder, seguro que perderemos. Y eso no es digno de los equipos uruguayos.
En mi cabeza, siempre está repiqueteando una frase que escuché a Roberto Canessa, que por analogía, puede aplicarse al fútbol: “Si alguien nos hubiera dicho que era imposible cruzar la cordillera, nunca lo hubiéramos logrado”.