por Javier De León.
Sigo sin creerlo, quizás usted tampoco, pero Lionel Messi se fue del Barcelona. De pronto, de golpe, de sorpresa, cuándo todos los anuncios hasta el miércoles eran que continuaría al menos hasta después del Mundial de Qatar, el jueves primero fue una tibia duda, luego un remolino de informaciones y a los pocos minutos una confirmación: el vínculo entre Messi y Barcelona quedaba definitivamente roto. Después de 21 años, Messi ya no era del Barcelona.
Al ser humano, en su pretensión de eternidad, los finales le caen fatales. Messi a partir de un acuerdo sellado en una simple servilleta en octubre del 2000, se vinculó al Barcelona, primero como un chaval al que había que suministrarle muchas vitaminas antes de imaginarlo en una cancha de fútbol en serio. Para el aficionado del Barca esta ruptura es casi como la muerte de ser querido: la vive como un verdadero velorio.
El Barca lo recibió, lo cobijó, lo hizo crecer, y Messi le devolvió con creces: lo convirtió en uno de los mejores equipos del mundo, sino el mejor. Antes de Messi, en algo más de cien años, en número redondos, el Barcelona había ganado el 60 por ciento de los títulos que tiene hoy. Con Messi, en década y media, obtuvo el 40 por ciento restante. Sólo tenía una Champions, con Messi ganó cuatro más.
Messi se convirtió en marca registrada y en símbolo de Cataluña, que menospreciada y rebajada a segunda categoría dentro de España en las cuatro décadas de Franco, hizo reverdecer todo su orgullo a través del fútbol y de sucesivas victorias ante el Real Madrid de la mano, de los pies mejor dicho, de Lionel Messi.
Entender el fenómeno Messi es entender mucho más de lo que ocurre en un terreno de fútbol. Fue el orgullo catalán, pero también fue motivo de turismo, de crecimiento económico, de difusión por el mundo. Fue inigualable. Y lo dejaron ir. Se ensayarán mil razones, ninguna suficiente para entender cómo el Barcelona permitió que en sus últimas temporadas Messi no vista su casaca.
El PSG andaba detrás de la presa hace años. Después que pagó 222 millones de euros hace cuatro años para abonar la cláusula de rescisión del brasileño Neymar, el jeque catarí dueño del club persiguió el sueño Messi de mil y unas maneras. Y como en una historia de las mil y una noches, le dejaron su objeto más deseado en bandeja de plata. Sin conflictos, sin tener que pagar la transferencia. Messi llegó como jugador libre.
En Paris se desató la locura este martes. Lo esperaron en el aeropuerto, en el Parque de los Príncipes en el Bosque de Boulogne, en el hotel cerca del Arco del Triunfo. Ni Napoleón hizo un ingreso tan triunfal a Paris.
El PSG se convirtió en un mega equipo, con Messi, Neymar, Mbappe, Di María, Paredes, el golero Bonarumma, Sergio Ramos y etc. Tiene el sueño de ganar la Champions finalmente esta temporada. Claro está que en el fútbol, por su esencia colectiva, es el más imprevisible de los deportes, y la acumulación de millones dentro del campo no asegura los títulos.
Miéntras tanto, ya quedan menos de 500 días para iniciar el Mundial de Qatar. El jeque catarí, ahora, abrochó todos los flecos. Tiene en su equipo al mejor del mundo, tiene al mundo expectante de lo que ocurra en Paris, su público delirando, y tiene a su Mundial a la vuelta de la esquina. Casi todo perfecto. Sólo falta que ruede la pelota, y esa será la verdadera hora de la verdad.