Por Javier De León
Resulta ser que buena parte de la afición aplaudió rabiosamente con las dos manos la irrupción de Federico Valverde y Rodrigo Bentancur en la mitad del campo de la selección nacional, porque son “jugadores de buen pie, con otro estilo de juego”, pero ante una mala actuación, aunque con victoria ante Chile, y una goleada adversa en Quito ante Ecuador, volvimos a rememorar al “Cacha” Arévalo Ríos y al “Ruso” Pérez.
Resulta ser que los dirigentes de Nacional fueron a buscar a Gustavo Munua a comienzos de año, porque pese al título en la temporada anterior de Alvaro Gutiérrez, su “estilo” no conformaba, y se pretendía algo diferente para los tricolores. Pero, pese a estar clasificado antes que ninguno para octavos de final de la Libertadores, la final perdida por el Apertura ante Rentistas, fue el desencadenante del despido del entrenador. Y ya es la segunda temporada con igual modus operandi: se elige un técnico, el año pasado fue el argentino Domínguez, en base a lo que se pretende del juego, pero los resultados lo dejan fuera mucho antes de terminar la temporada.
Resulta ser que en Peñarol se apostó por Diego Forlán, pero sólo con 11 partidos jugados, se lo invitó a retirarse, para cambiar radicalmente la apuesta: llegó Mario Saralegui.
Entonces, por aquello que el hombre no actúa como piensa, sino que piensa como actúa, el discurso del estilo pretendido queda sepultado ante la realidad de los resultados. Y conste que lo ocurrido no es por mera actuación de los dirigentes, sino que recogen el apoyo mayoritario de los hinchas de fútbol.
Uruguay fue contundente cuándo Suárez y Cavani definían en un área, y Godín era un león en la otra. Nacional marcó diferencia cuándo Bergessio aportaba su cuota de gol. Forlán no encontró en Xisco un delantero con mínima dosis de gol. Puede parecer simplista el razonamiento, pero el fútbol se sigue definiendo en el área, y cuándo fallan o envejecen los hombres claves, todo se hace más difícil. Entonces, la discusión del estilo termina reduciéndose a teoría conceptual, que si no lo acompaña el resultado, lo veleidoso de los hombres modifica la conclusión radicalmente. Aquello que se opinaba como mejor, hoy es peor, simplemente porque no hay un triunfo que lo apuntale.