Por Javier de León
Al final, después de tantas declaraciones, reuniones, comunicados, algunos enojos, palabras y gestos con tinte demagógico, después de tanto, el clásico se jugará este sábado en el Campeón del Siglo a partir de las cuatro de la tarde. Y será sin público visitante, por lo que todos los espacios se pintarán de amarillo y negro. De Nacional, sólo sus jugadores, cuerpo técnico, delegados, y quizás, su presidente, José Fuentes.
Rebobinemos un instante. El 6 de enero de 1987, hace más de 36 años, se decidió que en el clásico se separarían las parcialidades: Peñarol a la Amsterdam y Nacional a la tribuna Colombes del Estadio Centenario. Pero luego, poquito a poquito, se dividió la Olímpica, se dividió la América, se eliminaron Taludes, en fin, se dividió todo.
Nunca más una barra de amigos, algunos de un grande, otros del otro, pudieron ir juntos a una tribuna. Nunca más, un padre de Nacional pudo acompañar a un hijo de Peñarol. Y viceversa, obviamente tampoco. En los hechos, esta decisión de jugar sin hinchada visitante no es hoy. Tiene cuatro años. Porque desde el 2019 a este 2023, cada vez que el clásico se disputó en el Campeón del Siglo o en el Parque Central, fue sin la verdadera Hinchada Visitante.
Generar un procedimiento de guerra para que 2000 personas, de las cuales al menos 1500 deberían estar muy lejos de un Estadio de fútbol, no es JUGAR CON VISITANTES. Porque en sus casas quedaron los 20, 30, 40 mil hinchas verdaderos, que porque iban aquellos 2000, ni siquiera intentaron comprar una entrada. No les interesaba compartir una tribuna con quienes se dicen “hinchas”, pero con sus actos sólo perjudican a su institución.
Ahora sólo blanqueamos la situación. Para que fueran 2000, 1000, o 400 como se dijo por parte de Peñarol en la última declaración pública, es preferible que no fuera ninguno.
El Uruguay, el clásico, la sociedad, se perdió la ocasión de variar la fecha del Peñarol- Nacional, llevarla al 23 de abril, y jugar en el Estadio Centenario, allí si con hinchas de ambos equipos. Me imaginaba 35 mil entradas para los aurinegros, unas 20 mil para los tricolores, y un clásico un poco más parecido al de siempre.
Pero no. Entre la intransigencia y la falta de visión del bosque, nos fuimos embretando y así terminamos: clásico en el Campeón del Siglo y sólo con hinchas de Peñarol. Es un retroceso. No será fácil volver a desandar el camino, porque hace 36 años que lo único que hacemos es separar, separar y separar, sin solucionar ni un ápice la cuestión de los disturbios en una cancha de fútbol.
Hemos sistemáticamente perdido el hábito de la tolerancia. Ya no se concibe estar sentado en una tribuna y que quién está sentado a tu lado pueda ser del otro equipo, y que se levante y festeje un gol, mientras uno queda mascullando rabia. Porque quizás, a la vuelta del partido, la situación sea la inversa, y sea el vecino el que tenga que contemplar la felicidad propia. Eso es tolerancia. Casi perdida. Y sin tolerancia, el siguiente paso es que ni siquiera soportemos a los de nuestro mismo equipo. Parece increíble, pero por este camino de separar, separar y separar, un día no tendrán la tolerancia suficiente ni siquiera los que comparten colores. Y entonces, habrá que jugar con Estadios vacíos, sin público. Y será el final.