Por: Fernando Doti
Existe en el mundo de la cultura, la idea de que el Estado, tiene la obligación de costear cualquier emprendimiento cultural que se realice. Así, sobrevoló en estos días la idea de subsidiar a los artistas del carnaval, mediante transferencias de recursos por parte del Estado.
Veamos: la cultura, el arte, son expresiones de hombres libres que nos enriquecen, mas, no existe el derecho de exigir o pretender un subsidio para que el producto sea viable, por más bueno que sea, si no despierta interés del público en general.
Sostiene Juan Ramón RALLO que, “Resulta perfectamente lícito que una persona dedique su tiempo y sus recursos a impulsar una determinada expresión o campaña cultural, pero no lo es, que fuerce a otros ciudadanos a que le entreguen su tiempo y sus recursos a sufragarla, pues en tal caso viola los derechos de libertad y de propiedad ajenos”.
Los subsidios del estado a la “cultura” (que, en los hechos, son los amigos de los gobernantes de turno) son sinónimo de coacción. Cada expresión cultural debe ser autosuficiente e independiente, como cualquier emprendimiento de cualquier naturaleza en cualquier ámbito de la vida de los seres humanos. Se dice “ah, pero la cultura no puede ser considerada una mercancía”. Pero si pagamos a los artistas de forma voluntaria, esto es, como indica el deber ser, donde cada uno voluntariamente y en su libre albedrío decide concurrir a ver tal o cual espectáculo y a pagar por él, entonces la cultura será considerada mercancía y, por el contrario, si nos fuerzan a hacerlo (como se reclama), no se la tratará como tal. Es notable que esta última circunstancia sea juzgada más digna que la primera.
Sostenía BASTIAT a mediados del siglo XIX en Francia, que “en favor del sistema de subsidios uno puede decir que las artes ensanchan, elevan y poetizan el alma de un pueblo y facilita la reacción favorable en los modales y las costumbres… uno puede incluso preguntarse si no hubiera existido el subsidio a las artes cómo se hubiera desarrollado el gusto exquisito y el sentido estético en Francia”. Y agregaba: “El gobierno no debe intervenir en este proceso ya que cualquiera sea la riqueza de un país no puede estimular actividades de una mayor sofisticación a través de impuestos ya que esto implica el dañar actividades más esenciales, y por lo tanto, se revierte el avance de la civilización… Se dice que si el estado no interviene a través de impuestos para destinar recursos a las actividades religiosas es que se es ateo. Si no interviene a través de impuestos para las escuelas, se está en contra de la educación. Si el estado no entrega recursos a través de impuestos para establecer el valor artificial a la tierra o para subsidiar alguna rama de la industria, esto quiere decir que se es enemigo de la agricultura y del trabajo. Por último, se piensa que si el estado no subsidia a los artistas quiere decir que se patrocina la barbarie. Protesto con todas mis fuerzas contra estas interferencias. Sostenemos la libertad en todas estas áreas, sin que se opere a costa del fruto del trabajo de otros, lo cual fortalecerá el desarrollo armónico y el progreso de éstas. Nuestros adversarios creen ingenuamente que la actividad que no está subsidiada será abolida. Nosotros creemos lo contrario. Ellos tienen fe en el legislador no en el ser humano. Nosotros tenemos fe en el ser humano, no en el legislador”.