Por Javier De León
Todo clásico pretende pasar a la historia con un título que lo identifique. El de este domingo pudo ser el post-covid, o sea el CLASI-COVID. O acaso, el de las tribunas vacías, hecho que sólo tenía un antecedente, en el año 1934.
Pero resultó el Clásico de la Bruma. Porque a la niebla sostenida que azotó Montevideo durante toda la jornada, se le sumó el humo de la súper abundante pirotecnia a la salida al campo de juego del equipo de Nacional. Con plafón bajo, y sin viento, el humo se estacionó en el Centenario, provocando una situación peculiar: al principio no se veía nada, después se vio poco. Para graficar, desde la América no se podía observar la Torre de los Homenajes de la Olímpica.
Peñarol fue más. Con el partido 0-0, con un gol abajo luego de la conquista de Bergessio, con un hombre menos a posteriori a la expulsión de Matías Britos en el complemento. Nacional tuvo la victoria servida en bandeja de plata, y su excesiva avaricia, regalando siempre el terreno y sin ambición ofensiva, lo condenó al empate.
Pellistri y Britos, por la izquierda, fueron muy importantes en la primera parte. El Cebolla Rodríguez, ingresando en el complemento, más el propio Pellistri, construyeron caminos hacia Mejía en la parte final.
Nacional no elaboró, no llegó con peligro, y sólo la formidable capacidad goleadora y de cabezazo del argentino Bergessio, le permitió abrir el marcador en media hora.
A partir de allí, con terreno, y con muchos minutos un hombre de más, no supo, no quiso, ir por un poquito más, o sea otro gol, para asegurar la victoria. Imperdonable repliegue, que tras un error del golero panameño Mejía y la astucia en el área de David Terans, a diez minutos de los 90, trajo justicia al final: Peñarol no merecía perder.