Por Javier De León
El recuerdo de lo escrito durante el Mundial, hoy con la perspectiva del tiempo, ayer en plena ebullición del Mundial
13 DE JULIO 2010: TERMINÓ EL MUNDIAL
Todo llega, todo pasa
Como una ráfaga, celeste claro, se fue el Mundial. Lo esperamos cuatro años, veneramos su comienzo cada día, se voló durante 30 días, y ya es historia.
El mejor Mundial en mucho tiempo, para muchos el mejor de su vida, con la selección con protagonismo excluyente. Como frutilla, Diego Forlán coronado como el mejor de la Copa. Este campeonato cambió la historia.
Fue escrito antes (“El justo equilibrio de los uruguayos” ), y va dicho después. Ni mejor ni peor, simplemente otra historia, acorde a los tiempos, adaptada a las circunstancias que nos tocó vivir.
Este Mundial reconcilió a la gente con el jugador de fútbol. Las calles fueron un racimo humano para recibir a los “23 orientales”, como dijera el Loco Abreu. Lo más sano, lo más puro, la esencia del fútbol, que es la relación entre la tribuna y la cancha, están otra vez de la mano. Después de divorcio profundo, léase década del 90 y parte de esta, quedó sellado un pacto de sangre entre el hincha y el jugador.
Este Mundial terminó definitivamente con la novela de los repatriados, que había arrancado en Alemania 74. Ya nadie habla de “los repatriados” . Porque hay buenos y malos jugadores, buena y mala gente, pero no pasa por que jueguen en Montevideo o en el exterior. De todo, como en botica, hay en casa y fuera de fronteras. Todo consiste en saber elegir bien, no en dogmáticamente suponer que aquellos que aún no han accedido al pase al exterior tienen un halo que los convierte en mejores y más fervientes defensores de la celeste.
Este Mundial consagró a Diego Forlán, quien estadísticamente, está solo a dos goles de la marca de conquistas con la celeste de Héctor Scarone, quien jugó hace 80 años, y en el balance de la historia, se metió, ya ahora, sin dudas, entre uno de los mejores de todos los tiempos del fútbol uruguayo. Puede sonar a exageración, pero seguramente será producto que en medio de la vorágine resulta difícil analizar con perspectiva la campana de Diego. Deje que pasen algunos años, y la afirmación anterior que puede sonar temeraria, decantara y será realidad indiscutible.
Esta Copa afirmó a Lugano como gran capitán, a Luis Suárez como un goleador para muchos años, a Diego Pérez como el león inolvidable del mediocampo, a Godín como sucesor en la zaga de otros grandes, a Egidio Arévalo Ríos como la sorpresa que tuvo confirmación en su fútbol, a Fucile como la revelación del equipo. Sin olvidar al Loco Abreu , un personaje sin duplicado, y a cada uno de los muchachos, que recordaron aquella frase de Juan López, el técnico del 50: “ Ninguno es más importante que todos juntos”.
Este Mundial puso al Maestro Tabárez en un pedestal, aunque humano como es, querrá bajarse, para desde el llano seguir aportando desde su huella. El formo este grupo, lo moldeo, le transmitió su impronta, su estilo, y lo condujo hasta semifinales. El Maestro se consagró.
Si nos fuimos cuartos, pero con la sensación que Holanda quería comerse el reloj en los segundos finales del partido en Ciudad del Cabo, y que en la final ante los españoles, seguro que hacíamos mejor papel que los naranjas!!!
Si nos fuimos cuartos, pero con la sensación ante Alemania, que de no haber sido porque el karma del arco, que nos persiguió durante las Eliminatorias, volvió a hacerse presente en Port Elizabeth, los germanos eran pan comido para los celestes!!!!
Y así se escribió la historia, con festejo español, justo por cierto, en un Mundial histórico para los uruguayos. Así como llego, paso. Claro, antes, durante y fundamentalmente después, dejará su marca por siempre en el corazón de cada uno de nosotros.