Por ESC Pablo Delgrosso
Cada tanto, y con cierta frecuencia, me encuentro hablando – y rezongando – con mis hijos mayores, sobre sus responsabilidades, en particular con el estudio, con aprovechar las oportunidades que tienen de formarse, capacitarse y prepararse – de la mejor forma posible de acuerdo a sus capacidades y dentro de las posibilidades que como padres les podemos brindar – para poder contar con mejores oportunidades para desarrollarse en la vida, cuando deban en definitiva valerse por si mismos, en este mundo del conocimiento en que nos toca vivir.
Me encuentro además hablando con ellos de la importancia fundamental de la “actitud” con la que nos paramos frente a la vida, lo esencial y determinante que es el cómo nos posicionamos en relación en primer lugar con nosotros mismos y a partir de allí con nuestro entorno: la autocrítica en lugar de la excusas, la determinación para superar los obstáculos, el fijarnos metas y objetivos y luchar para cumplirlos, el lograr las cosas por nosotros mismos y no “de arriba”, el saber que contar con salud, capacidad para aprender, contención familiar, un techo, comida, ropa, etc, son privilegios que todos deberían poder tener pero que no todos los tienen, y por tanto quienes sí lo tenemos debemos asumir la responsabilidad de comprometernos con nuestra sociedad y con nuestro entorno para ayudar y colaborar de la manera que sea con aquellos que han sido menos favorecidos en la reparto de la vida.
A partir de lo anterior hablamos entonces de valores, valores cristianos para quienes profesamos fé en Dios, valores humanos para quienes no la profesan; aquello tan básico y sencillo pero que – sin entrar en las razones que son muchas y complejas – se han ido perdiendo: el esfuerzo como base de los logros, la constancia y perseverancia de levantarnos cada vez que caemos y a partir de allí conseguir los sueños y objetivos, la familia como soporte fundamental para el desarrollo individual y colectivo, la humildad de saber que nadie es más que nadie, la empatía como requisito indispensable para la solidaridad, la honestidad y la honradez como conductas de vida; en definitiva todo aquello que desde niños nos enseñaron en nuestra casa, en nuestra familia, en la escuela y el liceo.
Cuando hablo de todo esto, casi siempre me quedo con dos sensaciones, la primera cuánto queda en ellos más allá de mi catarsis, aunque estoy convencido que a la larga no cae en saco roto y esa semilla termina prendiendo; y eso mismo me lleva a la segunda sensación, cómo trabajamos por aquellos niños y jóvenes que no tienen quién los guíe, y cómo ayudamos a aquéllos padres, abuelos o responsables en calidad de lo que sea que quieren darle a sus hijos, nietos y menores a cargo un mejor futuro y no encuentran cómo.
Es por esto último que tengo la absoluta convicción que este tema, la generación de oportunidades y de condiciones para el desarrollo de nuestra gente, y en especial de nuestros jóvenes, debe ser uno de los ejes centrales del gobierno departamental.
Es este uno de los desafíos más grandes y trascendentes que debemos asumir, el comprometernos desde lo local, en la generación de políticas públicas departamentales que aborden el tema y planteen alternativas complementarias con el enfoque nacional.
Algunas de las herramientas que planteamos en nuestro programa de gobierno, como lo son los “Centros Integrales Comunitarios” – CIC – como abordaje departamental en el área de la educación, formación, innovación y emprendedurismo, a la vez que centro integrador del barrio – van en ese sentido, en trabajar desde lo local y a partir del involucramiento y compromiso compartido entre gobierno y vecinos, en la generación de condiciones que generen mayores y mejores oportunidades de desarrollo.
En eso nos va la vida y el futuro; y ese es el vínculo de confianza recíproca que aspiramos a generar con la gente, el de un gobierno que busca ser parte de la solución, hombro a hombro con los ciudadanos, comprometiéndonos juntos en la construcción de un mejor futuro para todos.