Por Fernando Doti.
Transcurre la pandemia, y lamentablemente las consecuencias económicas de la misma, ya están a la vista. En esta manía estatista, es notable como hay gente que persiste en la idea de que los aparatos estatales hacen aparecer recursos de la galera. Es como seguir creyendo en papá Noel. No se dan cuenta que los gobiernos nunca financian nada de su propio peculio. Gastan la plata de otros, en otros. No hay magia.
Es necesario girar hacia la libertad. El libre cambio beneficia a todos, fundamentalmente a los más necesitados, sin barreras y regulaciones que les permitan tener movilidad ascendente.
La célebre fórmula de laissez – faire de GOURNAY, tan vilipendiada hoy día, fue el arma para derribar los muros contra el comercio interior y exterior que separaban a las personas. A diferencia del socialismo que surgió de escritorios de filósofos que pensaron que podían planificar la vida de las personas, mejor que ellas mismas, el laissez – faire fue un clamor popular. Fue un ¡déjennos hacer! ¡No se metan! ¡No nos den una mano, sáquennos las dos de encima! Fue una respuesta instantánea de la gente de que la dejaran hacer sus actividades legítimas, en oposición a los caprichos de los gobernantes de turno.
Estas ideas permitieron la formidable revolución industrial, el aumento de la productividad y una mejora exponencial de la calidad de vida de la humanidad, la cual siempre vivió sumida en la pobreza, hasta ese momento. Es a partir del siglo XIX que se evidencia un notable crecimiento de todos los indicadores de los niveles de vida del ser humano. Hoy cualquier persona, de ingresos medios o medio – bajos, vive mucho mejor que lo que lo hacía el rey Luis XIV de Francia en el siglo XVII.
Este fenómeno permitió generar también una revolución política, sustituyendo reyes por Constituciones; los privilegios sociales, fueron sustituidos por la igualdad ante la ley; la soberanía del príncipe fue sustituida por la soberanía de la gente y la omnipotencia del Estado fue eliminada y garantizados los derechos de todas las personas.
Es falsa la afirmación de que un orden político-económico liberal, determinará una sociedad en donde no se atienda o no interese el prójimo, una suerte de ley de la selva.
Según el World Giving Index publicado en 2014, el cual mide las donaciones en dinero, el tiempo dedicado a organizaciones de caridad y a ayudar a extraños en el mundo, Estados Unidos es el país con más gente solidaria y generosa del planeta. (Axel Kaiser. La tiranía de la Igualdad. Ed. DEUSTO. Pág. 77. ) Pero esto no es nuevo. No es de ahora solamente. Ya en 1868, José Pedro VARELA lo advertía, en su carta fechada en Filadelfia, el 10 de marzo de ese año. Decía el gran reformador: “¿Cuántos de los viajeros tanto europeos como sudamericanos que llegan a Estados Unidos, traen consigo la idea de que uno de los rasgos característicos de los norteamericanos es el egoísmo? Casi todos. ¿Y cuántos conservan esa idea después de haber permanecido algún tiempo en el país? Casi ninguno. Los americanos tienen a este respecto un modo de argumentar incontestable. Ningún pueblo hay que haya hecho más por aliviar la desgracia de los que sufren y por ensanchar el horizonte de las nuevas generaciones. En medio de los Estados Unidos, Philadelphia se distingue por su inextinguible caridad, por su anhelo incesante de aplicar un bálsamo a cada una de las llagas que fatalmente gangrena a todas las sociedades humanas…”. (José Pedro Varela. Impresiones de viaje en Europa y América. Ediciones Santillana S.A. 2014. Pág. 139.)
De modo y manera tal que, las causas de que un país sea más o menos solidario van mucho más allá, son mucho más complejas, que tener un Estado presente como se reclama por estas latitudes, como sinónimos de solidaridad. De hecho, nuestros gobernantes sudamericanos en la historia reciente, se han jactado de tener cada vez a más personas como beneficiarios de los programas de asistencia social estatales. Si los programas fueran un éxito, sería al revés, cada vez deberían acceder a ellos, menos personas. El sistema del Estado benefactor o presente, con su discurso de proteger a los pobres, lo único que hace es multiplicarlos. Premia el fracaso y condena a la gente a la dependencia del Estado, es decir a la dependencia de los políticos, para acceder a un plan. Algo indigno. El Estado le quiebra las piernas al ciudadano. Eso sí, después le da las muletas…
Hay que dejar hacer entonces y liberar recursos para que exista más dinero en el bolsillo de los trabajadores y emprendedores. Y a quedarse tranquilos los amantes del Estado presente, toda vez que, si los recursos son escasos y las necesidades ilimitadas, siempre habrá reasignación de los primeros en aras de satisfacer las segundas. Si el Estado gasta mil y pasa a gastar cien, ello implicará que el ciudadano tenga novecientos pesos más en su bolsillo. Y ese dinero podrá ser invertido o gastado, pero en cualquier caso, se estarán reasignando recursos.
Como dijo Cantinflas: “una cosa es ganarse el pan con el sudor de la frente y otra es ganarse el pan con el sudor del de enfrente”.