Por Javier de León.
Pedro Bonifacio Palacios fue un poeta argentino nacido en 1854, fallecido en 1917, y más conocido como Almafuerte. De origen humilde y pasado difícil, por la temprana muerte de su madre y el abandono de su padre, sus versos aún retumban en este rincón del Mundo:
No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde intrepidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora…
¡Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!
Luis Suárez nació en Salto, Uruguay, y también tuvo una infancia difícil. Y como lo dice el tango (Naranjo en Flor), “Primero hay que saber sufrir”. Y Luis, antes de gozar, aprendió a sufrir. Es su vida, en su carrera, en cada uno de sus partidos. No bajar los brazos, creer siempre que la pelota más importante es la siguiente, que sólo en el minuto 90 se termina el partido, y si hay descuentos, hay una vida más.
SIEMPRE REINVENTARSE – El Maestro Tabárez, el técnico celeste, destacó hace unas semanas que “creo mucho en los jugadores que se reinventan”, reiterando conceptos vertidos el año pasado: “Creo en los perdedores que se reinventan”.
Luis Suárez es hijo de las necesidades, de las limitaciones. Creció en la “cultura de la escasez”, el gran motor de la superación del ser humano. Su primera gran motivación en el fútbol fue poder llegar a Europa, para estar más cerca de Sofía, hoy su señora y madre de sus tres hijos.
Apareció en la selección uruguaya mayor en el 2007, y ya de pique el Maestro Tabárez le dio titularidad junto a Diego Forlán. Aquellas Clasificatorias Sudamericanas para Uruguay fueron un verdadero sufrimiento. Pero la celeste tuvo la capacidad de replicar un muy buen resultado a cada derrota dura que tuvo. Por ejemplo, perder 4 a 0 ante Brasil en el Estadio Centenario, o caer casi al final ante Perú 1 a 0 en Lima y estar matemáticamente eliminado. Y en el partido siguiente, levantarse.
Las Clasificatorias para Sudáfrica fueron un aprendizaje de sufrimiento para cada uno de los integrantes de la celeste. Luego, vino el premio en el Mundial 2010: cuarto puesto y regreso a la consideración mundial. Pero no todas fueron rosas para Suárez, que se inmoló en el minuto final de los cuartos ante Ghana, poniendo su mano en la línea, y con la expulsión quedó fuera de las semifinales ante Holanda.
Y ASÍ SIEMPRE – Así ha sido siempre para Suárez. A Brasil 2014 llegaba con toda la ilusión. La operación de meniscos amenazó con dejarlo fuera del Mundial. Pero a 17 días de la intervención, volvió ante Inglaterra en San Pablo y con dos goles conmovió a los uruguayos. Y cuándo todo parecía un camino de orquídeas, la mordida a Chielini en partido siguiente, ante Italia, lo condenó a salir de Brasil casi como un prófugo.
A la Copa América de Estados Unidos 2016 llegaba luego de una formidable temporada que lo catapultó a Bota de Oro en Europa. Pero otra lesión lo dejó fuera. No se resignó a no jugar, y en Filadelfia, en el segundo partido de los celestes, se mandó a calentar por su cuenta. No jugó, porque no estaba físicamente para jugar, pero descargó su bronca pegándole al acrílico del banco de suplentes. Es que con Suárez, el corazón tiene razones que la razón no comprende.
Hace menos de un año, abruptamente vio concluida su historia de seis temporadas y 198 goles en Barcelona, y apareció en su camino el Atlético de Madrid.
Más bien, apareció el Cholo Simeone, que para los uruguayos parece nacido en Tacuarembó, igual que Carlos Gardel, porque se parece tanto a nosotros mismos.
Luis encontró su nuevo lugar en el mundo, hizo goles, acompañó el camino del Atlético hasta la punta de la Liga, acumuló 19 conquistas, y llegó a sus 500 profesionales el 21 de marzo. Pero se frenó en seco. Una lesión y una sequía ante la red en el peor momento de la temporada. Pero es Suárez, y siempre se puede esperar un capítulo más. Porque aprendió a sufrir antes de gozar, porque aprendió a reinventarse ante la adversidad.
Aunque parezca una locura, cuándo seguía su partido, me recordó a mi madre, hoy a un mes de su fallecimiento. Porque desde su nacimiento en Fray Bentos, nunca se rindió y dio pelea siempre. Se le enfrentó a un cáncer peleón, un mieloma que la acompañó durante más de 20 años, y no se dio por vencida ni aún vencida. El último junio le pregunté que le gustaría, que procuraría dárselo, y su respuesta me dejó sin palabras: “Me gustaría algo que no puedo, Curarme “. Y ni aun así, se dio por vencida. Los últimos dos meses en cama, con enormes dificultades para tragar y hablar, y sin embargo se aferró a la vida hasta el último instante. En el minuto 88 en el Wanda Metropolitano, Luis Suárez otra vez fue decisivo, para mantener la diferencia ante el Madrid en la punta de la tabla a falta de una fecha. En la fecha postrer se enfrentará al Valladolid. El gol se gritó en España, pero en Uruguay se gritó tanto, o más. El Atlético es hoy el más uruguayo de los equipos del exterior, y paralizó a muchos para seguir el choque a través del televisor en el mediodía el sábado.
Suárez nos acostumbró a vestirse de héroe, y aunque parecía que esta vez el traje quedaría doblado y sin usar, Almafuerte lo iluminó: No te des por vencido, ni aún vencido …