Por Javier de León.
Todo tiene un límite. Y lo que sucedió el miércoles en la ciudad de Pereira, Colombia, en el marco del partido de Copa Libertadores, entre Nacional y Atlético Nacional, traspasó ese límite. No todo puede ser posible, y no debió jugarse al fútbol en las circunstancias actuales que vive Colombia.
Cinco horas antes del partido, en la puerta del hotel de Nacional se agolparon cerca de 200 personas, reclamando que en la actual situación que vive aquel país, con manifestaciones y protestas callejeras, no debía jugarse el encuentro de la Libertadores.
Paralelamente, se anunciaban cerca de dos mil personas en una plaza cercana, dispuestos a llegar hasta el hotel de los tricolores, e impedir que la delegación pudiese trasladarse hasta el Estadio.
A su vez, se daba a conocer una nota firmada por “Barristas Pereiranos”, que puede leerse íntegra apelando al google, y que en su parte medular establecía: “Nuestra ciudad No será el escenario de un partido de fútbol miéntras la sangre de nuestros compatriotas siga siendo derramada por el gobierno colombiano a manos de la policía, el ejército y los paramilitares. Avisamos que no se juega, porque sin Justicia no hay Futbol. Si no hay Pan, tampoco habrá Circo “
CLIMA DE GUERRA
En ese contexto, cuándo la utilería de Nacional quiso ir tempranamente hacia el Estadio, le resultó imposible salir del hotel y entonces el club comunicó a Conmebol que no jugaría por la simple razón que ponían en riesgo sus vidas si abandonaban el hotel.
Las horas seguidas fueron frenéticas. Conmebol avisó que el partido debía jugarse, amenazó a Nacional con una suspensión por varios años de torneos internacionales si no se presentaba. Militares armados a guerra se presentaron en el hotel para disuadir a los manifestantes, algunos de estos entraron al Lobby para negociar con policia, militares y alcaldía, rompiendo todas las burbujas y protocolos sanitarios habidos y por haber. Pero a esa altura, ese era el problema menor.
Al final, se le aseguró a Nacional por parte de las fuerzas de seguridad colombianas que podían dirigirse con seguridad hacia el Estadio. La amenaza de la suspensión de Copas por varios años, sumado a circunstancias que parecían diferente en cuánto a la disuación de los manifestantes, determinaron que finalmente una hora después de lo previsto, Nacional jugara ante el Atlético Nacional en Pereira.
¿QUIEN LE PONE EL CASCABEL AL GATO?
Todo tiene un principio. El inicio de esta historia es que Conmebol nunca debió fijar una ciudad en Colombia para la disputa de un partido de Libertadores, porque hoy no están dadas las condiciones para ofrecer seguridad mínima a los visitantes. Lamentablemente, porque apreciamos al pueblo colombiano, pero es así.
En Barranquilla, un rato antes que Nacional, jugó River argentino ante el Junior, y el partido debió detenerse durante el primer tiempo porque los gases lacrimógenos que se estaban tirando fuera del Estadio impedían la correcta respiración de los jugadores en el campo de juego. Miéntras tanto, se escuchaban detonaciones de armas de fuego. Clima de guerra, pero nunca de fútbol.
Fijado el partido de Nacional en Pereira, estaba claro que no estaban dadas las condiciones para disputar el encuentro. Sólo la enorme presión de Conmebol explica por qué se jugó el miércoles de noche por Copa.
Sería sencillo responsabilizar únicamente a la cúpula de Conmebol de lo sucedido, y no quiero caer en la cómoda.
De parte de Nacional de Medellín, sus dirigentes y sus futbolistas, no existió la mínima empatía ante la situación que se estaba viviendo en su propio país.
De parte de las organizaciones de futbolistas, sean locales como la Mutual Uruguaya, o internacionales, no hubo ninguna reacción enérgica.
Pero no son los únicos elementos a tener en cuenta. Porque seamos justos. A la misma Conmebol a la que se critica por insensible, es a dónde se recurre para pedir dinero que permite pagar presupuestos. Los tres millones de dólares que Nacional recibe por participar en primera fase de Copa Libertadores representan cerca de la cuarta parte de su presupuesto anual. Y con ese dinero, paga sueldos a jugadores, cuerpo técnico, los mismos que se sintieron desprotegidos en la noche de Pereira.
Pero toda esta historia cierra porque existimos usted y yo. Cada uno de los que nos quedamos a las doce de la noche esperando que comenzara Nacional y Atlético Nacional, cada uno de los que somos abonados a los cables que transmiten los partidos de Libertadores, cada uno de los que pagamos nuestro abono mensual, permitimos que toda esta historia se abroche.
Aquí hay muy pocos inocentes, por no decir ninguno. Porque si no existieran consumidores para el producto fútbol, no existiría fuerza alguna de la Conmebol.
No voy a pedir que cambie ninguna actitud. Al fin y al cabo, yo llevo 50 años concurriendo al Estadio, he recorrido medio mundo atrás de una pelota, y soy el menos indicado para dar lecciones morales.
Sólo quería reflejar la situación, para que todos la asumamos.
Al fin y al cabo, en el fondo, todos somos un poco cretinos útiles.