El guitarrista fraybentino Gonzalo Solari observa a la distancia la realidad de su ciudad y lamenta el momento actual de la pandemia. Hace más de 40 años que vive en Europa, actualmente en Italia donde continúa con su “vicio” la guitarra.
1 ) Si tuviera que presentarse. ¿Quién es Gonzalo Solari?
Gonzalo Solari en primer lugar es un fraybentino irreductible pero es también un viajero del mundo que llevó siempre consigo a su pueblo y trató de decírselo con música. Alguien que se siente un pajuerano del sur trasplantado en el norte. Supo ser un niño de barrio en Fray Bentos. Lo llamaban El Tato, El Negro o El Cabeza. Fue un adolescente que cursó sus estudios de Liceo y Preparatorios en el Eugenio Capdevielle y también un muchacho del interior, al que le cayó encima como a tantos, el desembarco en la capital. Al principio se trató de un naufragio pero eso lo ayudó a templar el carácter para afrontar otras emigraciones de mayor calibre. Si para redondear el currículum tuviera que manotear la brújula que nos sitúa en el tiempo, bueno, sesenta y cinco almanaques pasados a bodega lo ubican, a pesar de que goza de muy buena salud, más cerca del cajón que de la mamadera. Los números no son una opinión. Tampoco lo preocupa esa situación. Ha visto casi todo lo que valía la pena ver. Ha dado varias veces la vuelta alrededor del mundo. Ha formado una familia con la que se ha sentido y se siente muy feliz y ha transformado lo que para él ha sido un vicio, la guitarra, en una profesión.
2) ¿Cuantos años viviendo en Europa?
Casi cuarenta, lo digo y me parece mentira porque se me han pasado volando y no solamente porque buena parte de ellos los haya transcurrido en los aviones sino porque se han evaporado sin que me diera cuenta.
3) ¿Qué extraña de Fray Bentos?
Extraño casi todo porque en Fray Bentos transcurrí mi infancia y una parte de mi adolescencia que recuerdo hoy nostálgicamente como una época muy bella, agitada, convulsionada, fermental. Fui alumno de muchos «maestros sin aulas» pues a esa edad, si no sos un salame, posees la porosidad necesaria para aprender y rescatar enseñanzas de casi todo lo que te rodea. Me fui a Montevideo a fines de 1973, apenas aprobé el último examen de Preparatorios de Ciencias Económicas. Fue una noche húmeda y calurosa, liviano de ropa y cargado de esperanza. Desde la ventanilla de un 277 de la Onda vi como aquellas luces amarillentas que salpicaban la madrugada, de a poco se transformaban en puntitos que terminaron por desaparecer, emponchados por la oscuridad y la distancia. Claro, extrañar Fray Bentos puede ser un sentimiento ambiguo para quien se fue hace ya casi medio siglo. Más que el lugar yo añoro la época que corresponde a ese lugar. Estaría tentado de decirte que no se extrañan los sitios sino los tiempos, como afirmaba Borges pero en realidad, en lo que a mí respecta, no es tan así. Yo me quedo también con los lugares donde he sido feliz, donde he asistido a la belleza, a la bondad, al amor furtivo y a la solidaridad de un barrio humilde y laborioso come era aquel de mi infancia en el que tuve la suerte, la dicha y el privilegio de nacer. Barrio de gente boca sucia, rodeado de boliches y prostíbulos.
4) ¿Qué le recomendaría a los músicos jóvenes que quieren vivir de la música?
Sabes que siempre he sido reacio a dar y recibir consejos que no fueran los de los grandes maestros que contribuyeron a mi formación musical y guitarrística. La razón es muy sencilla: los vivos no los necesitan y los pelotudos no los entienden. Pero voy a hacer una excepción que confirma la regla: en primer lugar estudiar, estudiar mucho, estudiar siempre y hacerlo correctamente. En segundo lugar, mirar hacia adentro de sí mismos y ser fieles a lo que quieren y no a lo que les reclama el ambiente que los rodea. Siempre habrá gente que los verá como locos lindos, caricaturizándolos o, en el mejor de los casos, perdonándoles la vida. Acá vuelve desde un pasado que se niega a morir la voz de mi abuelo. Una vez, a la sombra de la higuera que estaba en el fondo, por Roberto Young, me dijo: el hombre bien nacido aprende muy pronto a elegir lo que se tiene que pasar por el sur de la cintura: el talco y lo que piensan los demás de él. Y en tercer lugar, que sean artistas para su felicidad y no para su vanidad. La Música, la buena Literatura, el Amor por una mujer y hasta la buena mesa, son elevadas formas de la Felicidad y nadie tiene derecho a exigirle al prójimo que sea feliz. Es absolutamente secundario si la tarea de un músico despierta admiración o indiferencia en los demás. Lo que cuenta es lo que suscita en él, ese goce absoluto que se asemeja a un cosquilleo, a una especie de temblor y sin el que no puede vivir porque eso forma parte indisoluble de su personalidad en el sentido más profundo. Y deben ser extremadamente exigentes consigo mismo, deben tener siempre pronto un doble implacable, capaz de juzgarlos en función de su quehacer y no del ajeno.
5) ¿»El vivir de la música» tiene mayores probabilidades en Europa que en América Latina?
El camino es más fácil en Europa, cuando lo profesas sin hacer concesiones, es difícil en cualquier lado. Hay que estar muy seguro y convencido de lo que haces para no extraviar el rumbo. A Piazzolla en sus inicios, el peronismo le hizo una muy buena oferta desde el punto de vista económico que era aún más tentadora porque en ese momento él navegaba más bien en la escasez que en la abundancia. Se trataba de amenizar bailes con su orquesta, una formación extraordinaria. Pero él estaba en otra cosa, experimentando, buscando, estudiando, buceando y cincelando todo lo que luego cuajó en una obra maravillosa, capaz de pintar una comarca en la primera síncopa o en el contraste de dos acordes. Y dijo que no. Fue un visionario porque aquello habría sido pan para hoy y nada más. Vivir en Europa tiene, entre otras ventajas, una que es práctica: estar cerca de los grandes centros musicales, tomarte un avión y poder llegar en un par de horas, según el lugar en el que resides, a París, Roma, Barcelona, Berlín, Hamburgo, Madrid, Londres o Amsterdam.
6) ¿Cómo has vivido este año de pandemia en Europa?
Lo he vivido con serenidad, sin falsos alarmismos y tratando de no regalarme porque no tengo vocación de mártir. No creo que la sociedad, cuando logre salir de la pandemia, vaya a ser mejor de lo que era antes de que el virus golpeara a su puerta. Un sistema perverso en el que el hombre gira alrededor de la economía y no viceversa, es, lisa y llanamente, la antesala de la barbarie. Seguirá todo igual y será peor todavía porque los idiotas son mayoría en casi todo el planeta. Eligen a sus gobernantes cada vez que van a las urnas y cuando le cortas la cabeza a uno, esa es la de una hidra que tiene otras siete u ocho que andan a codazo limpio para suplantar a la que rodó por el suelo. Yo, con una cebadura, un buen libro, una guitarra, un atril y, si nos es mucho pedir, una tintacho, me arreglo. Y Graciela, que se educó en el Sacre Coeur de Carrasco, con un ómnibus que la pasaba a buscar todas las mañanas por la casa y en el que viajaban los Bordaberry, las Gallinal, las Algorta, las Arrosa y otras ramas linajudas del árbol de la oligarquía criolla, es más austera que yo. Solita le paró rodeo a la crianza de tres hijas en un país extranjero, sin familia, ni abuelos, ni tíos al alcance de la mano y conmigo que a menudo, en giras de concierto, salía a pucherear por períodos prolongados. Ella se adaptó a compartir la vida con alguien que al principio y con suerte, le podía garantizar nada más que casa y comida, y encima sin darlas por descontado. Lo mío digamos que fue muy poquito. En el fondo seguí haciendo lo que hacía desde niño pero ella tuvo que cambiar radicalmente, renunciar a una forma de independencia que le arrebató la maternidad a quince mil kilómetros de distancia y sintonizar su vida en otra frecuencia.
7) ¿Le afectó mucho la pandemia?
Me afectó profesionalmente, claro. Conciertos cancelados o postergados y reservas de vuelos y hoteles que se hicieron humo. Desde el punto de vista de mi actividad docente te diría que pasé de las aulas a la computadora y esto ha sido una experiencia enriquecedora. De ninguna manera la considero sustitutiva de las clases presenciales pero me ha servido para entrar en contacto con una dialéctica diferente en términos pedagógicos. Tiene su lado positivo y es a dos puntas: para el maestro y también para el alumno. Sobre todo en lo que se refiere a establecer una relación diversa con la partitura y con determinados aspectos técnicos de una obra musical como puede ser la digitación. Me afectó de sobremanera todo lo ocurrido en Fray Bentos en estos últimos días en los que la muerte ha golpeado duramente a gente que abrió sus ojos al cielo bajo el mismo cielo que yo. Gente querida que por distintas razones está vinculada a mi vida antigua, la pretérita, «la de allá»: Mirna Savio, don Miguel Escobar y Carlitos Da Silveira para citarte solamente algunos. Con Mirna compartimos la infancia y el barrio. Ella era La Mina y yo El Tato. Mirna formó familia y dejó el barrio antes que yo. Qué decir de don Miguel Escobar, hombre humilde, recto, solidario y bondadoso, con esos códigos de buen vecino que eran el santo y seña de las familias antiguas, las «muy de antes”.
Quizás la gota que mandó el vaso a baranda haya sido la muerte del Maestro Carlos Da Silveira Rocca. Para mí era, es y seguirá siendo Carlitos. Un Hombre Bueno y no digo más. Carlitos al igual que mi hermano, llevaba medio siglo viviendo de yapa. Cincuenta años atrás un ómnibus de la Empresa Ñúñez que hacía el servicio hacia y desde el balneario La Cañas, se subió a la vereda en el cruce de Haedo y Roberto Young. Arrolló a tres gurises que en ese momento se encontraban jugando: Álvaro (mi hermano), otro amigo que vivía a pocos metros de casa (Alberto Rizzo) y un tercer chiquilín (Carlitos Da Silveira), los tres resultaron ilesos y de a uno, fueron saliendo de abajo del ómnibus, con la ropa hecha jirones.