Por Javier de León.
Quizás este sea el artículo más difícil de todos los que he debido escribir. Porque trata de la vida y la muerte, y de los afectos”; de los suyos y también de los míos, porque a Ricardo lo considero un amigo, he aprendido a tener aprecio por Lucas, a Viviana no la conocí tanto pero no olvidaré cómo disfrutó del Mundial de Rusia, atrás de su hijo y la pelota, y además le debo todos mis respetos al resto de la familia Torreira en este durísimo momento.
El martes pasado me desperté impactado por la noticia de Viviana. Sólo atiné a tratar de transmitir algo de mis sentimientos a mediodía, charlando en radio con Jorge. El miércoles no quise permanecer en silencio, y me comuniqué con Ricardo, para enviarle un fuerte abrazo. No sabía que otra cosa decirle.
El jueves lo vi a Lucas en declaraciones para ESPN de Argentina. “Me muero por jugar en Boca”, “No quiero seguir en Europa”, “La familia me precisa, tengo que estar cerca”.
Volví a comunicarme entonces con Ricardo, ahora para preguntarle sobre fútbol, ante las declaraciones de Lucas. “Vamos por la vida”, me contestó.
Lucas tiene sólo 25 años, la edad en la que algunos ni siquiera llegaron a Europa. Se fue hace 8 años para Italia, la remó, llegó a un club importante con la Sampdoria en el 2016, fue el trampolín para jugar en la selección uruguaya; en el 2018 el gran pase fue arribar a la Premier League Inglesa con el Arsenal, dónde estuvo dos temporadas, para ahora estar a préstamo en el Atlético de Madrid.
No sé cuánto gana, no me interesa, pero a nadie escapa que desde el punto de vista económico su vida, y la de su familia ha dado un vuelco único desde el 2016 hasta ahora. No hay actividad en el mundo que permita a un ser humano tan jóven, lograr en tan poco tiempo un salto económico y de popularidad tan grande, como el fútbol. A Lucas se le abrió la puerta, y en base a lucha, capacidad y sacrificio, supo atravesar el umbral.
Pero la plata te da, pero también te quita. Por algo el peor castigo en la Antigua Grecia era el exilio, pero aún que la condena a morir. La lejanía es un peso que no es sencillo llevar en el día a día.
No hay prácticamente casos de futbolistas que en plena efervescencia de su carrera, con 25 años y jugando en Europa, digan públicamente que quieren regresar a Sudamérica para estar cerca de su familia.
En este punto convengamos algo: a ninguno de nosotros nos corresponde juzgar. Es una decisión totalmente personal, a corazón abierto.
Cómo podríamos juzgar a quien pasó limitaciones económicas grandes en buena parte de su vida, y hoy decide relegar los grandes contratos, por la cercanía familiar?
Se me viene a la memoria una entrevista que ambientamos, conectando a Pablo Benítez de El Observador, con Ricardo, en el 2018. Nos recuerdo a los tres en una callecita de Niznhy en Rusia, al costado de un hotel repleto de familiares y dirigentes uruguayos, antes del partido con Francia, con Ricardo contando las peripecias del inicio de la carrera de Lucas.
No voy a repetir la entrevista entera ahora, si googlean la pueden ubicar y vale la pena leerla íntegra, pero algunas cosas me quedaron grabadas. Como el hecho que él entendía que era imprescindible darle una vivienda con cierta comodidad a Lucas cuándo llegó a Montevideo, y entonces consiguió la garantía a través de Mónica Carminatti gracias a su trabajo en la Posada, y todo su sueldo era retenido para ese alquiler, con lo cual a fin de mes lo único que podía hacer era firmar y cambiar recibos, porque dinero no veía nunca. Y Mónica le decía, “ Ricardo, usted está loco”, y él le contestaba, “ Un mes más, Mónica, un mes más seguimos así”, y así siguió muchos meses hasta que Lucas viajó a Pescara.
O los cuentos del inicio en Pescara, cuándo los recursos eran bien escasos, y entonces había que conformarse con “el kebah de un euro y medio” como único almuerzo. O el peluquero del cual se hicieron muy amigos, y un día de cumpleaños de Lucas lo sorprendió con un auto para facilitarle la ida hasta el entrenamiento, a pagar “de la manera qué puedas”.
Quién vivió muy limitado, quién luego disfrutó de los grandes contratos, si hoy, con 25 años, está dispuesto, porque su padre se lo pide, a volver desde Europa, para estar cerca de su familia, yo no juzgo. No me corresponde opinar de una decisión absolutamente personal.
Ojalá Lucas recupere a partir de mitad de año la alegría dentro de un campo de juego, esa que perdió en las últimas dos temporadas. Ojalá sea en Boca Juniors, porque es su deseo. Ojalá pueda estar relativamente cerca de su familia, porque ese es el leit motiv de su regreso.
Y ojalá Ricardo vuelva a la Bombonera, dónde supo relatar, y dónde supe acompañarlo. En el 2016, aquel partido en el que Nacional por Copa Libertadores estuvo a un paso de clasificar y eliminar a Boca, pero el penal errado del Colo Romero, lo impidió, lo relatamos y comentamos para Fray Bentos. Secundados por Daniel Rojas y Jorge Vittori, estuvimos en aquella caldera infernal del barrio de la Boca en Buenos Aires.
Ricardo sabe cómo es la hinchada de Boca. Los teníamos delante nuestro, separados por un suspiro solamente, sin baranda ni nada, y les relatábamos casi al oído. Nos miraron con cara muy fea cuándo Ricardo gritó el gol inicial de Nacional, pero al final, terminamos conviviendo en paz.
Ricardo, si no me equivoco, ese día, hace 5 años, estuvo por última vez en la Bombonera. Ojalá vuelva, como el padre de Lucas Torreira, el 5 de Boca.