Por Javier de León.
El Estadio de San Carlos de Apoquindo queda al pie de la Cordillera de los Andes. Hay que andar bastante por la Alameda en Santiago de Chile, pasar el Palacio de la Moneda, después la zona de Providencia, luego el coqueto Las Condes, y allá, luego del final de la Alameda, hay que subir y subir, hasta el Estadio de la Universidad Católica.
“Y más allá, se acabó el mundo”, me afirmó el taxista que me arrimó hasta el escenario dónde Uruguay jugó su último partido por las Clasificatorias Sudamericanas.
La vista es inmejorable. Santiago queda a tus pies. El Estadio es chico, coqueto, con las tribunas pegadas a la cancha. Precioso, en una palabra. Un Estadio con esencia del fútbol.
Chile llegó con chance matemática de poder acceder al repechaje, pero sin chance real. Las 15 mil personas que concurrieron sabían que ya estaban eliminados. Y fueron a despedir a una generación que para ellos es única: logró lo que nunca Chile a lo largo de su historia, ser dos veces campeones de América, ganando dos veces a su envidiado Argentina, en 2015 allí mismo en Santiago, y en 2016 en Nueva York.
Entonces Arturo Vidal recibió saludos por doquier desde la tribuna, Medel también fue reconocido y Alexis Sánchez aplaudido cada vez que tomaba la pelota.
Uruguay llegó clasificado, pero con tareas. De cara al Mundial, importaba comprobar cosas. Como que Coates puede ser hasta más solución que Josema Giménez. Que Manuel Ugarte, todo juventud, debe ser considerado para un lugar en el plantel. Que Rossi y De la Cruz son interesantes, pero aún con signo de interrogación. Y lo más doloroso, que Edinson Cavani no termina de encontrar continuidad, que desde la Copa América de Brasil 2019 es más el tiempo que ha estado afuera de la cancha que adentro, que sus músculos parecen acompañar a una mente que está deseando cerrar la carrera futbolística, y que de cara a Qatar, quién sabe cómo llega a noviembre.
El partido arrancó con una presión intensa de la celeste y después aflojó. El primer tiempo se fue 0 – 0.
Y en el segundo período, no podía faltar él, el de siempre, el goleador histórico. El que está más veterano, el que ya no gana en el área con sólo meter la colita, y que en un pique largo como el que tuvo en el primer tiempo, no mata como antes.
Pero igual, siempre está Luis Suárez. Y con chilena de antología, para ser el máximo goleador sudamericano en las Clasificatorias de nuestro continente superando a su amigo Lio Messi, otra vez puso la firma.
En su último partido de Eliminatorias, no podía faltar. Y no faltó.
Después, como hora y media después del partido, a la salida en San Carlos de Apoquindo, cuándo ya había caído la noche y éramos sólo cuatro los periodistas uruguayos que aguardábamos la salida del plantel uruguayo en la boca de un pasillo largo que venía desde vestuarios, lo miré a Luis, y me sinceré:
“La verdad, nos seguís tapando la boca. Porque te criticamos que te faltó reacción en la jugada del primer tiempo, y terminás abriendo el partido con esa chilena”
Y entre penumbras, un Suárez auténtico, fue directo: “Y bueno, que nos sigan criticando. Los viejitos seguimos cumpliendo…”