Una charla exclusiva con El Rionegrense, donde Cecilia Rovelli, referente de S.O.S. Animal, revela la cruda realidad del voluntariado y la desesperada
súplica de un grupo que, al borde del colapso, advierte sobre un vacío inmenso si la sociedad no toma conciencia del problema.
Cuando S.O.S. Animal publicó en sus redes sociales: “¿Habremos llegado a nuestro tope?”, el mensaje no era una amenaza, sino un grito de auxilio. Detrás de esas palabras, se esconde el agotamiento extremo de un grupo de voluntarias que, desde 2019, han salvado la vida de más de 500 animales en Fray Bentos. La labor incansable de personas que trabajan, estudian y tienen familia, se ha convertido en una demanda de 24 horas que está pasando factura, física y emocionalmente.
«El voluntariado cansa y enferma», nos dice Cecilia sin rodeos. Su voz, tranquila pero firme, esconde la angustia de quien ha vivido en carne propia las consecuencias de un compromiso sin límites. Para ella, el costo emocional es innegable. «Yo soy una de las compañeras afectadas porque he tenido un montón de crisis de ansiedad», confiesa. «La angustia es tan grande que terminás realmente enfermándote”, agregó.
El desgaste no es solo físico. La presión constante de la comunidad, que a menudo exige soluciones inmediatas sin entender los recursos limitados del grupo, se suma a la carga. «La gente nos manda mensajes y nos dice que ustedes no están para ayudar. A veces nos paran en la calle y nos exigen que ayudemos, o salen a hablar mal de nosotros. Uno se siente responsable de algo que no es responsable», reflexiona. La frustración surge al no poder resolver todos los casos, especialmente los más graves. «Es algo que no es sano», reconoce.
Uno de los puntos más críticos que destaca Rovelli, es la falta de apoyo de las autoridades. Ante la pregunta si la ayuda de las autoridades de gobierno, es insuficiente o nula; la respuesta es contundente: «prácticamente nula». Si bien han tenido un poco de apoyo de la policía en algunos casos, «hay situaciones en las que realmente se necesita una mano firme», dijo.
S.O.S. Animal no tiene un espacio físico ni recibe ayuda económica del Estado. Su trabajo se sostiene gracias a la generosidad de socios y colaboradores. «Cada animal que se salva es porque le seguimos metiendo pulmón», asegura la entrevistada. A falta de un refugio, las voluntarias han convertido sus propias casas y hasta sus espacios de trabajo en hogares temporales para los animales abandonados.
La inacción de las autoridades es especialmente dolorosa en los casos más extremos. «Hay casos de abuso, maltrato, violaciones, animales mutilados y mueren esperando que el sistema actúe, esa es la verdad», denuncia Cecilia Rovelli.
La publicación que alertó a la comunidad no era solo sobre el agotamiento del grupo, sino sobre la posibilidad real de su desaparición y las consecuencias que esto traería. “Sentimos que, si no nos movemos, nosotros, nadie se mueve”, afirma Cecilia. La experiencia les ha enseñado que “cuando no nos hemos involucrado, en algunos casos, los animalitos han terminado muertos”.
La pérdida de S.O.S. Animal dejaría un «vacío enorme» en la comunidad, no solo para los animales, sino también para las personas que, por distintas razones, no pueden ayudar directamente. Rovelli piensa en «la gente mayor que no puede salir a la calle a pelear con gente que maltrata a sus animales, pero que colabora desde donde puede». Para ellos, S.O.S. Animal es la única herramienta para marcar una diferencia.
Un llamado a la empatía y el compromiso: El mensaje final de Cecilia es claro, una súplica directa a la comunidad de Fray Bentos. «Les pediría realmente con una mano en el corazón que entiendan que este es un problema de todos», dice. «Que dejen de sobrecargar a un grupo de voluntarias que hacen esto de corazón».
La solución no es una utopía inalcanzable. Se trata de un cambio de mentalidad y un compromiso colectivo. «Somos 30,000 personas en Fray Bentos. Si todo el mundo se pusiera la mano en el corazón y colaborara de una manera u otra, la situación empezaría a cambiar», asegura.
Cecilia Rovelli y sus compañeras piden a la gente que colabore «ya sea comprando una rifa, o con 50 pesos mensuales para pagar una consulta veterinaria». También, a quienes tengan espacio, que consideren la posibilidad de dar hogar temporal a un animal. «Por poco que se haga, eso hace la diferencia», insiste.
La lucha de S.O.S. Animal no es solo por el bienestar de los animales, sino por la paz y el bienestar de quienes han dedicado sus vidas a esta causa. La batalla no la pueden ganar solas.
La pregunta que queda en el aire es: ¿Está Fray Bentos dispuesto a asumir su responsabilidad antes de que sea demasiado tarde?